Seguir una dieta demasiado estricta podría tener efectos negativos no solo en el cuerpo, sino también en la mente. Así lo advierte una nueva investigación publicada en la revista BMJ Nutrition, Prevention & Health, que vincula la restricción calórica severa con un aumento en los síntomas de depresión, especialmente entre hombres y personas con sobrepeso.
El estudio analizó datos de más de 28.000 adultos de la Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición, los cuales fueron evaluados en función de la calidad de su dieta y la presencia de síntomas depresivos. Los hallazgos muestran que las personas que reducían drásticamente su consumo calórico eran más propensas a reportar niveles elevados de depresión.
Además, la calidad de la dieta fue un factor clave: quienes consumían grandes cantidades de alimentos ultraprocesados, carbohidratos refinados, grasas saturadas, carnes procesadas y dulces presentaban un mayor riesgo de síntomas depresivos. Por el contrario, los patrones alimentarios similares a la dieta mediterránea se asociaron con un menor riesgo de depresión.
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No todas las dietas hipocalóricas son iguales
Aunque el estudio es amplio y controlado por múltiples factores, los investigadores aclaran que sus hallazgos no prueban una relación causal. Es decir, no se puede afirmar con certeza que reducir las calorías provoque depresión. “Los datos solo muestran una asociación, no una causa directa”, subrayó Bhat.
Expertos externos advirtieron sobre las limitaciones del estudio. La Dra. Kary Woodruff, nutricionista de la Universidad de Utah, señaló que se basó en encuestas autodeclaradas sobre hábitos alimentarios, lo que puede conllevar errores o percepciones inexactas.
Además, algunos estudios previos han encontrado lo contrario: dietas hipocalóricas, cuando están supervisadas por profesionales, pueden mejorar los síntomas de depresión. Así lo indicó la Dra. Johanna Keeler, del King’s College de Londres, quien participó en una investigación que halló beneficios en personas con sobrepeso u obesidad sometidas a dietas controladas clínicamente.
Keeler plantea que, cuando estas dietas logran pérdida de peso, pueden generar beneficios como mayor movilidad, retroalimentación social positiva y mejoras fisiológicas. Pero si no hay una pérdida de peso visible o si se producen ciclos de peso inestable, la frustración resultante puede profundizar los síntomas depresivos.
El impacto emocional de una mala alimentación
El estudio también señala que una restricción calórica severa puede alterar procesos físicos esenciales, lo que genera fatiga, insomnio, dificultad para concentrarse y, en casos más extremos, trastornos de la conducta alimentaria. Esto se agrava cuando se eliminan grupos de alimentos esenciales, lo que puede privar al cuerpo y al cerebro de los nutrientes necesarios para un funcionamiento óptimo.
Para prevenir estos efectos, los expertos recomiendan adoptar cambios graduales y sostenibles. “Un patrón de alimentación saludable con restricción leve o moderada puede ser más eficaz para mejorar el estado de ánimo y la salud en general”, indicó Woodruff.
El estudio concluye que las dietas deben adaptarse a las necesidades físicas y emocionales de cada persona. Con tantos enfoques contradictorios en el ámbito de la nutrición, los especialistas coinciden en una recomendación central: antes de iniciar una dieta restrictiva, especialmente si se busca perder peso, es fundamental consultar con un profesional de salud o un dietista certificado.
“La mejora en la calidad de la dieta, más allá de la pérdida de peso, puede tener un impacto significativo en la salud y el bienestar general”, concluyó Woodruff.
Redacción de: Karen Rodríguez A.